martes, 11 de junio de 2019

¿Qué querés curar caro?


Estas dos obras fueron realizadas bajo el disparador "¿Qué es lo que lo-cura?", para el Proyecto de Experimentación Artística Reencaranaciones. El disparador, este equívoco, generó inicialmente un texto "¿Qué querés curar Caro?" (al final de esta entrada)  y dos pinturas... 
¿qué más seguirá generando?

"Lo que yo", acrílico sobre tela, 100x130 cm, 2018.

"Se mezcla todo en un instante", acrílico sobre tela, 100x130 cm, 2019.

Qué querés curar, Caro? 
¿Qué querés curar? ¿La melancolía? Esa amiga tuya que viene desde tan lejos a verte y que te hace tan hermosa. 
¿Qué querés curar, Caro? ¿Tu locura? Ese árbol tan alto que te invita a recorrerlo con los pies descalzos para ver el frío mundo desde lejos. Un cálido atalaya del que todos quieren que te bajes. No te caigás Caro, no te caigás, que te comerán cruda. 
¿Qué querés curar, Carolina? Todo querés curar. Lo sé. Se nota en tus ojos de otoño sin hojas. Se nota en tus fotos, en tu piel blanca y en tu cuerpo pequeño. Se puede ver claramente en tu letra cuando escribís y en tus pasos. Pero mejor quedate así. Que parece que del otro lado no hay nada para vos. Itinerarios, cables y relojes. Pero nada para vos. 
Hacé lo que yo, que también quiero curarlo todo. Espero quedar a solas para poner una silla al lado de la mía y sentar ahí a mi yo niño, a ese que fui desde que nací, y mostrarle lo que soy ahora, y le hablo. Hablo con ese muchacho que ve el mundo con los lentes limpios, sin ninguna regla sobre la cabeza, escalando un árbol, incapaz de creer que el mundo podría ser un lugar cruel. Ese niño con brillo en los ojos y en el pelo. 
Cuando termina de hablarme y está buscando irse, aparece una voz pidiendo permiso. Soy yo, otra vez, pero con más años. Un anciano. Me mira sentado en su silla, o en su cama, y me aconseja desde lo alto, desde adentro, ese anciano que soy yo después de una vida tan larga como es posible. Ese hombre que sabe lo que es perder, lo que es ganar, lo que es sufrir. Me mira y no necesita abrir la boca para repetir lo que ya han dicho sus ojos. Parece hablarme de cosas que no hizo, de miedos que no se sacó de encima, y me señala en silencio sus zapatos que podrían tener más barro, más bailes, más caminos. 
Me miro los zapatos, de cordones negros, poco gastados. Y miro los zapatos del niño que agarra un lápiz y le brillan los ojos, los zapatos y se pierde entre hojas, papeles y peluches. Se mezcla todo en un instante, los zapatos, un bastón, el lápiz, los árboles, un conejo y yo. Los miro desde arriba y les hablo como desde abajo. El árbol, el atalaya, parece ser todo un problema de alturas. Entonces, que saltar sea la respuesta, la cura. 
Pero saltá hacia adentro, hacia esa anciana, hacia esa niña que tenés ahí. Susurrate, que sólo vos lo sepas, sumergite en el silencio, sólo vos y esa anciana, sólo vos y esa niña. Hagan las tres un fuego, sienténse y mírense. Ahí está la solución, en un calor interno de quien se sabe ver y brinda consigo misma, comparte y se entiende.

Algún día nos entenderemos

Pensé un poco en lo difícil que es la comunicación, el hecho de entendernos. Ilustra un miedo mío, uno de los más grandes. El de no ser entendido. Y quizás ese miedo no es solo mío.
Pienso que la verdadera comunicación se completa solo con el tiempo. y alli donde yo dije una cosa, va a ser necesario que me veas vivir y escucharme un buen rato para terminar de comprenderme.


Algún día nos entenderemos 72x109 cm, 2018.
La obra trata de recordarnos esta dificultad a la hora de relacionarnos, porque entendernos es el primer paso para todo.
(detalle)